Más allá de las sombras

Los dos eran altos, fuertes, rubios, y los dos tendrían aproximadamente unos veinticinco años. Ambos llevaban pantalones de color azul, tejanos, camisas negras y dos fundas pistoleras, una a cada lado. Esas fundas estaban sujetas a los muslos por dos delgadas tirillas de cuero que parecían haber sido anudadas exactamente por la misma mano. Y sin embargo, a pesar de estas semejanzas, nadie hubiera podido confundir a aquellos dos hombres. Aparte sus facciones, que eran sólo remotamente parecidas, las miradas de aquellos dos hombres sí que resultaban radicalmente distintas. Uno tenía una mirada gris, metálica, acerada; el otro una mirada negra, profunda, quieta, un poco siniestra, que hacía recordar la mirada de un verdugo.